Neurodivergencias

Es un concepto cada vez más común en las sesiones, pero de ¿dónde viene?

El origen de este término empezó como un movimiento desde la comunidad TEA (Trastorno del espectro autista). Donde se empezó a hablar del autismo como una forma de ser, no una patología. Un cambio de paradigma entre una enfermedad que curar a una variedad a la que la sociedad debe adaptarse. Si os interesa leed el texto “no sufran por nosotros” de Jim Sinclair, recomendadisimo. Sinclair, J. (1993). Don’t mourn for us. Our Voice, 1(3). Autism Network International.

No es hasta más tarde que Judy Singer en su tesis plantea el concepto de neurodiversidad considerando la diversidad del procesamiento sensorial, las habilidades motoras, la comodidad social, la cognición y la concentración como diferencias neurobiológicas.

Gracias a esta descripción tan moldeable hubo una expansión del término a otros fenómenos con base neurológica que implican diferencias cognitivas estables como por ejemplo el TDAH o la dislexia entre otros. Estas distintas funcionalidades comparten el estigma social, las barreras escolares y laborales y una necesidad de modelos no patologizantes.

La popularización del término, comunidades en línea y el fenómeno despatologizador que comporta el concepto de neurodivergencia hicieron que fuera ampliándose aún más en movimientos de salud mental comunitaria con un augmento de identidades neurodivergentes autoafirmadas. Se empezaron a añadir condiciones que nos hacen procesar el mundo desde un prisma distinto como lo son la ansiedad o la depresión crónica, la hipersensibilidad, las personas con altas capacidades…

Hablar de neurodivergencia hoy implica combinar tres capas: una realidad neurobiológica, un movimiento político y antipatologizante, y una identidad personal y comunitaria. Dependiendo del contexto, la palabra tendrá un matiz distinto. Comprender estas capas nos ayuda a no perdernos cuando aparece en redes, en consulta o en discusiones activistas.

¿Pero que nos permite esta palabra en terapia?

Como dice Sinclair en su texto, “dejar de lado las suposiciones acerca de significados compartidos”. Nuestros cerebros no tienen por qué pensar, sentir, aprender o relacionarse igual… y eso está bien. Abrazar la neurodiversidad en un espacio terapéutico nos permite dejar de compararnos con una “normalidad” que nunca existió y empezar a comprendernos desde nuestro propio funcionamiento, con fortalezas, límites y necesidades reales.

Un ejemplo habitual en consulta es cuando un adulto sospecha de TDAH y dice: “No consigo concentrarme”. Desde ahí trabajamos aceptando que no funcionamos como “se espera”, separando lo que viene del funcionamiento neurológico y lo que viene de autocastigos aprendidos, preguntando qué es lo que realmente molesta y explorando qué podemos hacer para que interfiera menos en la vida diaria. Así, la neurodivergencia deja de ser un término abstracto y se convierte en una herramienta de autocomprensión y acción concreta. Entender que “somos distintos” no nos hace menos válidos, sino más humanos. Si este enfoque resuena contigo o te gustaría explorar tu propio funcionamiento desde un lugar de respeto y curiosidad, puedes escribirme o reservar una sesión. Estoy aquí para acompañarte.

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